martes, 8 de febrero de 2022

Alejandro Magno Historia y Biografía

 


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Alejandro Magno Historia y Biografía


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Alejandro Magno

(Alejandro III de Macedonia; Pella, Macedonia, 356 a.C. - Babilonia, 323 a.C.) Rey de Macedonia cuyas conquistas y extraordinarias dotes militares le permitieron forjar, en menos de diez años, un imperio que se extendía desde Grecia y Egipto hasta la India, iniciándose así el llamado periodo helenístico (siglos IV-I a.C.) de la Antigüedad.

Su padre, el monarca Filipo II de Macedonia, había convertido esta región, antaño fronteriza con Grecia y escasamente helenizada, en un poderoso reino que ejercía una pujante hegemonía sobre las ciudades-estado griegas. Filipo II había preparado a su hijo para gobernar, proporcionándole una experiencia militar y encomendando su formación intelectual a Aristóteles, quien despertó en el joven Alejandro su admiración por la cultura griega y las antiguas epopeyas, particularmente por la Ilíada de Homero. Habiendo ya acreditado su valor y pericia en el campo de batalla, Alejandro sucedió con sólo veinte años a su padre, asesinado en el año 336 a.C.

Alejandro Magno dedicó los primeros años de su reinado a imponer su autoridad sobre los pueblos sometidos a Macedonia, que habían aprovechado la muerte de Filipo para rebelarse. Y enseguida (en el 334) lanzó a su ejército contra el poderoso y extenso Imperio Persa o Aqueménida, fundado dos siglos antes por Ciro el Grande (579-530 a.C.), continuando así la empresa que su padre había iniciado poco antes de morir: una guerra de venganza de los griegos (bajo el liderazgo de Macedonia) contra los persas.

Con un ejército pequeño (unos 30.000 infantes y 5.000 jinetes), Alejandro Magno se impuso invariablemente sobre sus enemigos, merced a su excelente organización y adiestramiento, así como al valor y al genio estratégico que demostró; las innovaciones militares introducidas por Filipo II (como la táctica de la línea oblicua) suministraban ventajas adicionales. Alejandro recorrió victorioso el Asia Menor (batalla de Gránico, 334), Siria (Issos, 333), Fenicia (asedio de Tiro, 332), Egipto y Mesopotamia (Gaugamela, 331), hasta tomar las capitales persas de Susa (331) y Persépolis (330). El último emperador persa, Darío III, fue asesinado por uno de sus sátrapas o gobernadores provinciales, Bessos, para evitar que se rindiera. Bessos continuó la resistencia contra Alejandro en el Irán oriental. Una vez conquistada la capital de los persas, Alejandro licenció a las tropas griegas que le habían acompañado durante la campaña y se hizo proclamar emperador, relevando a la dinastía aqueménida. Enseguida lanzó nuevas campañas de conquista hacia el este: derrotó y dio muerte a Bessos y sometió Partia, Aria, Drangiana, Aracosia, Bactriana y Sogdiana.

Dueño del Asia central y del actual Afganistán, Alejandro Magno se lanzó a conquistar la India (327-325), albergando ya un proyecto de dominación mundial. Aunque incorporó la parte occidental de la India (vasallaje del rey Poros), hubo de renunciar a continuar avanzando hacia el este por el amotinamiento de sus tropas, agotadas por tan larga sucesión de conquistas y batallas. Con la conquista del Imperio Persa, Alejandro descubrió el grado de civilización de los orientales, a los que antes había tenido por bárbaros. Concibió entonces la idea de unificar a los griegos con los persas en un único imperio en el que convivieran bajo una cultura de síntesis (año 324). Para ello integró un gran contingente de soldados persas en su ejército, organizó en Susa la «boda de Oriente con Occidente» (matrimonio simultáneo de miles de macedonios con mujeres persas) y él mismo se casó con dos princesas orientales: una princesa de Sogdiana y la hija de Darío III.

La reorganización de aquel gran Imperio se inició con la unificación monetaria, que abrió las puertas a la creación de un mercado inmenso; se impulsó el desarrollo comercial con expediciones geográficas como la mandada por Nearcos, cuya flota descendió por el Indo y remontó la costa persa del Índico y del golfo Pérsico hasta la desembocadura del Tigris y el Éufrates. También se construyeron carreteras y canales de riego. La fusión cultural se hizo en torno a la imposición del griego como lengua común (koiné). Y se fundaron unas setenta ciudades nuevas, la mayor parte de ellas con el nombre de Alejandría (la principal en Egipto y otras en Siria, Mesopotamia, Sogdiana, Bactriana, India y Carmania).

La temprana muerte de Alejandro a los 33 años, víctima del paludismo, le impidió consolidar el imperio que había creado y relanzar sus conquistas; de hecho, el imperio de Alejandro Magno apenas sobrevivió a la muerte de su creador. Se desencadenaron luchas sucesorias en las que murieron las esposas e hijos de Alejandro, hasta que el imperio quedó repartido entre sus generales (los diádocos): Seleuco, Ptolomeo, Antígono, Lisímaco y Casandro; Ptolomeo, autor de una biografía suya, inició en Egipto una dinastía destinada a prolongarse hasta los tiempos de la célebre Cleopatra. Los Estados resultantes fueron los llamados reinos helenísticos, que mantuvieron durante los siglos siguientes el ideal de Alejandro de trasladar la cultura griega a Oriente, al tiempo que insensiblemente dejaban penetrar las culturas orientales en el Mediterráneo.

Historia de Alejandro Magno

Alejandro Magno, el gran conquistador: quién fue y qué hizo Alejandro Magno, o Alejandro el Grande, llegó muy pronto al poder que dejó su padre Filipo. Su educación estuvo marcada por la preparación militar sin descuidar la formación intelectual que fue encomendada a Aristóteles, uno de los filósofos griegos más destacados de la antigüedad.

Alejandro Magno, o Alejandro el Grande, llegó muy pronto al poder que dejó su padre Filipo. Su educación estuvo marcada por la preparación militar sin descuidar la formación intelectual que fue encomendada a Aristóteles, uno de los filósofos griegos más destacados de la antigüedad. Lo primero que hizo fue imponer su autoridad a los rivales y pueblos sometidos por su padre ante una posible conspiración contra su pueblo. Aquí obligó a muchas ciudades-estado de Atenas como Tebas a firmar una paz con su pueblo para no acabar siendo sometidas por el poder de Alejandro.

Con tan solo 22 años, Alejandro Magno se lanzó en ofensiva contra el potente Imperio Persa. Pero Alejandro no solo cambió la forma de hacer la guerra, también cambió las estructuras políticas griegas y la cultura bajo su influencia. Grecia se expandiría por el Mediterráneo gracias a las conquistas de Alejandro que dejó un marcado legado en el país heleno, hasta el punto de ser considerado casi como una divinidad.


Muerte temprana

A pesar de su astucia en el campo de batalla, las duras campañas de guerra pasaron factura a Alejandro Magno y a su ejército. En el año 326, cuando ya había recorrido gran parte del imperio, y había logrado muchas victorias, su ejército cansado de los años de batalla pidió regresar a casa. Ante la posibilidad de un motín entre sus hombres, volvieron a Persia para prepara la que sería su última batalla. En el 323 a.C., cuando faltaban unos meses para cumplir 33 años, Alejandro fallecía en el palacio de Nabucodonosor II de Babilonia. Los motivos de su muerte jamás fueron esclarecidos. Muchos piensan que fue envenenado por sus propios hombres, deseosos de disfrutar de lo conseguido bajo el mando de Alejandro. Otros historiadores apuntan a que pudo contraer la fiebre del Nilo, lo que le causó la muerte en pocos días. Aunque el gran Alejandro Magno murió, nada después fue igual para Grecia que entró de lleno en el conocido período helenístico (323 a.C. – 30 a.C.), mezcla de culturas griega y oriental, motivadas por las conquistas de Alejandro el Grande.

Alejandro Magno fue el primer monarca universal

La unidad territorial del imperio del famoso macedonio desapareció a su muerte, pero había ideado una fórmula de gobierno que muchos iban a querer copiar en el futuro. Los dominios de Alejandro se extendían por tres continentes. En Europa poseía Macedonia, Grecia y Tracia. En África, la Cirenaica y Egipto. Asia también le pertenecía, desde la Jonia helena, en el oeste, hasta el Punjab, en el norte de India. Pero este imperio universal se desmoronó nada más morir el conquistador. Los generales que lo sucedieron, los diádocos, lo despedazaron como una jauría. Sin embargo, con sus prolongadas guerras solo modificaron el mapa político, no el patrimonio alejandrino. La huella de este se mantuvo durante tres siglos pese a la breve existencia de su artífice. Únicamente el ascenso de Roma como potencia hegemónica internacional cerró este capítulo cosmopolita de la Antigüedad. Y aun así, la ciudad de los césares no acabó con el legado de Alejandro, sino que le dio un nuevo impulso. Permitió su supervivencia al integrarlo en el seno de su propia síntesis cultural.

Los sucesores

Todavía estaba caliente el cadáver de Alejandro Magno cuando en Babilonia, la ciudad de su muerte, se convocó una cumbre de estado. El monarca no había nombrado heredero, por lo que sus lugartenientes, en la tradición macedonia de los colegios electorales, se dispusieron a decidir su sucesor. Cada general tenía una postura respecto a cómo resolver la crisis. Al frente de las monarquías estaban los diádocos, fieles amigos de Alejandro, y también enemigos recalcitrantes

Ya se vio en este primer consejo que las discrepancias, inamovibles, acabarían zanjándose por las armas. Lo que siguió fue una orgía de sangre. Batallas campales, asesinatos palaciegos, secuestros, intrigas. Un caos profundo y mucha muerte. Cayeron inocentes como Alejandro IV, el hijo de Roxana, de trece años, la propia Roxana y también Olimpía de, la madre del rey guerrero.

No corrió mejor suerte la otra viuda de Alejandro Magno, Estatira, la última princesa aqueménida y una de las primeras víctimas del caos sucesorio. Cuando acabó el conflicto, la familia del soberano había sido exterminada. No quedaba nadie del linaje de Alejandro. Cinco reinos habían surgido de su gran imperio. Al frente de estas monarquías estaban los diádocos, los sucesores, viejos y fieles amigos de Alejandro, como Ptolomeo en Egipto, pero también enemigos recalcitrantes, como el rencoroso Casandro. Este se adueñó de Macedonia sin importar que fuera el asesino de Olimpía de, de Roxana, del pequeño Alejandro IV y tal vez incluso de su padre, el legendario conquistador.

El rey del mundo

Pero la división política alteró la forma del Imperio, no su esencia. Alejandro había sentado un precedente: llevó a la práctica el concepto de una monarquía universal. Tuvo antecesores en ello, muy recientes: los emperadores persas de la dinastía aqueménida. Sin embargo, nadie salvo el Magno había unido Oriente y Occidente bajo un mismo cetro. Fue el único rey del mundo hasta la irrupción de Augusto en Roma tres siglos después. Detrás de este ambicioso proyecto había una base filosófica. No de su tutor Aristóteles, que consideraba bárbaro todo lo que no fuera griego, sino de Platón y Empédocles, defensores respectivos de un gobierno sustentado en la virtud de los más aptos y de una ley común para la humanidad.

Al principio de la conquista, Alejandro delegaba funciones en sus compañeros macedonios. Pero una vez asegurada la ocupación de Persia el núcleo duro de su poder comenzó a designar o a mantener en altos cargos a administradores locales, siempre que fueran leales y trabajaran con rectitud y eficiencia. Era el modelo aqueménida: a la cabeza de la pirámide el rey de reyes, luego sus allegados en el caso de Alejandro, los más capaces, no la aristocracia y después una amplia red burocrática de procedencia diversa: macedonia, helena, irania, mesopotámica, egipcia, india...


En pos de la unidad

Esta participación de las naciones sometidas en el gobierno no gustó nada entre los griegos tradicionalistas, xenófobos. Tampoco les agradó que Alejandro adoptara costumbres orientales, como la postración ante su persona, o que mezclara en su atuendo macedónico elementos de la realeza persa, como la diadema y la túnica de rayas blancas. No comprendían el genio diplomático de un hombre adelantado a su tiempo. Algunas historias eran urdidas, con espíritu difamatorio, en Pella, Atenas y demás avisperos de sus adversarios

El hijo de Filipo ya no regía sobre un país periférico de la Hélade, sino sobre el conjunto del mundo conocido. La máxima expresión de su avanzada política de fusión fueron las llamadas bodas de Susa, celebradas en 324 a. C. En ellas, Alejandro contrajo matrimonio con Estatira, la hija del último soberano aqueménida, y casó a la hermana de esta, Dripetis, con Hefestión, su mano derecha. Hizo lo mismo con sus decenas de comandantes y las nobles persas, así como con miles de veteranos macedonios y sus novias de campaña. Buscaba propiciar un entendimiento intercultural para su trono universal, y qué mejor símbolo de concordia que unas nupcias colectivas.


La mitificación del héroe

Acontecimientos espectaculares como este, la difusión de sus hazañas bélicas o la fama de su generosidad fomentaron el nacimiento de innumerables leyendas sobre Alejandro. Proliferaban a su paso espontáneamente, como las que terminarían convirtiéndolo en el protagonista de aventuras sobrehumanas en los folclores asiático, africano y europeo. Otras historias eran urdidas a conciencia, con erudición y espíritu difamatorio, en Pella, Atenas y demás avisperos de sus adversarios. Estas últimas perfilaron la decadente caricatura que aún hoy asoma en ciertos textos: el tirano engreído, pendenciero y borrachín.

Ambas mitologías, la admirativa y la despectiva, constituyen otro aspecto del legado alejandrino, el literario. Un tema recurrente de este, la apoteosis del héroe (históricamente la presunta deificación en el santuario desértico de Siwa en 331 a. C.), también incidió en la posteridad. En el terreno político, confirió a Alejandro una autoridad total sobre pueblos favorables a la divinidad del soberano, como el egipcio o, en menor grado, el persa. El culto a los césares romanos, la influencia de Carlomagno sobre la Iglesia o las monarquías absolutistas ya en la Edad Moderna tuvieron un referente de prestigio en esta faceta del gran macedonio.

Un nombre de piedra

Otro modo en que perduró la impronta de Alejandro fue a través de la fundación de ciudades. La carne se corrompe, la piedra, menos. A sabiendas de ello, el hijo de Filipo, ansioso de fama imperecedera, sembró decenas de centros urbanos desde el Nilo hasta al Indo. Plutarco calculó unos setenta. Casi todos los asentamientos que estableció llevaban el nombre de Alejandría, forma eficaz de inmortalizarse. Fueran tantos o no, el rey del mundo fue uno de los mandatarios de la Antigüedad más dinámicos en este sentido. Casi todos los asentamientos que estableció además de mejorar otros existentes recibieron el nombre de Alejandría. Era una manera sencilla y eficaz de inmortalizarse.

La Alejandría más importante fue la de Egipto, célebre por su biblioteca y su faro, pero también recuerdan al monarca la Iskenderun de Turquía o la Kandahar de Afganistán, entre otras. Son las arcaicas Alejandrías de Issos y de Aracosia. Sus apelativos actuales derivan de Iskandar, Alejandro en persa y en árabe.

Helenismo, síntesis universal

Estas ciudades nuevas y las de fundación anterior, unidas en un mismo dominio, fueron los principales focos de irradiación del fenómeno conocido como helenismo. El señorío de Alejandro abarcaba las civilizaciones griega, persa, mesopotámica, fenicia, hebrea y egipcia, entre otras. Al quedar comprendidas en un espacio común, estas culturas seculares y milenarias tendieron a sintetizarse. Hubo sincretismo en las religiones; Amón y Zeus fueron asimilados, al igual que dioses de todos los confines. Los cánones artísticos griegos, antes relegados a las polis de la Hélade y de Jonia, absorbieron la suntuosidad y monumentalidad orientales y llegaron a los rincones más remotos del mundo.

El comercio se vio beneficiado por el libre tránsito de las mercancías, lo mismo que las ciencias en cuanto a los conocimientos. Se hicieron progresos espectaculares en medicina, astronomía, geografía e ingeniería, mientras se promovían las artes. El helenismo, en suma, abrió la cultura griega al globo, y en este amplio marco interconectó a las demás civilizaciones. Alejandro había alumbrado un mundo unificado. No sorprende que todos los emperadores o pretendientes posteriores, de Julio César en adelante, se miraran en este espejo inspirador. En esta vida breve de larga sombra en la historia.


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