sábado, 18 de abril de 2020



La Historia de la Guerra de  Troya 

Troya
Durante siglos se creyó que Troya no era sino una ciudad legendaria, que existió únicamente en el poema épico la Ilíada. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XIX, un arqueólogo alemán llamado Heinrich Schliemann consiguió demostrar que Troya había sido una ciudad que existió realmente.
La Ilíada, del poeta griego Homero, es la historia de la Guerra de Troya, que tuvo lugar entre griegos y troyanos.
Después de la derrota de los troyanos, la ciudad desapareció sin dejar rastro y en el siglo XIX la mayoría de los historiadores creían que sólo existía como un antiguo mito.
No obstante, Heinrich Schliemann 1822-1890 demostró que estaban equivocados.
Cuando sólo tenía siete años, Schiliemann vio en un libro de historia una recreación artística de cómo podía hacer sido Troya; fue entonces cuando quedó convencido de la existencia real de la ciudad y de que sus ruinas debían de encontrarse en alguna parte.
Años después, los estudios de Schliemann sobre el poema de Homero le condujeron a la costa egea del oeste de Anatolia, a una colina llamada Hissarlik, situada en la actual Turquía. Algunos arqueólogos ya había sugerido que se trataba de un posible emplazamiento para Troya y, en cuanto llegó allí, Schliemann estuvo seguro de que era el lugar correcto.


Ubicación de Troya
En 1870 Schliemann comenzó a excavar en Hissarlik y no tardó en encontrar, a 4,5 metros bajo la superficie, un antiguo muro de piedras gigantescas.
 Un año después regresó para continuar la excavación y realizó más descubrimientos.
En 1872, Schliemann tenía más de 100 trabajadores locales ayudándole. 
Encontró los restos, no sólo de una ciudad antigua, sino de varias ciudades construidas unas sobre otras.
Estaba claro que cada ciudad había sido destruida y luego reconstruida sobre sus ruinas. 
Las excavaciones continuaron y se encontraron muros, urnas y fragmentos de cerámica. 
Pero se trataba realmente de Troya En junio de 1873, Schliemann pensó que había encontrado la respuesta a la pregunta.
En la base de un muro que estaba excavando, Schliemann vio una brillante pieza de oro. Cuando la cogió, se dio cuenta de que era una diadema. Poco después encontró otra diadema más, brazaletes de oro, una copa de oro y un gran recipiente de plata con miles de pequeños anillos de oro.
Schliemann estaba eufórico y convencido de que había encontrado el tesoro de Príamo, el legendario último rey de Troya.
Tras la muerte de Schliemann, su colega Wilhem Dörpfel y después otros arqueólogos de la Universidad de Cincinnati continuaron la excavación. 


Se dieron cuenta de que el oro que Schliemann había llamado el Tesoro de Príamo era de una época unos 1.000 años anterior a este rey y a la Guerra de Troya.
 Procedía de la segunda de las nueve ciudades que yacen una sobre otra.
Los arqueólogos creen que Troya fue fundada a comienzos de la Edad del Bronce, que en Anatolia comenzó en torno a 3.000 años a.C. A lo largo de los siglos siguientes, Troya se convirtió en un centro comercial extremadamente importante, principalmente gracias a su emplazamiento.
No sólo se encontraba en una de las principales rutas terrestres entre Asia y Europa, sino también en una ruta marítima entre el Egeo y el mar Negro.
Gracias a ello, Troya se volvió extremadamente rica y los historiadores creen que sirvió como capital de la región circundante, una zona que hoy se conoce como Troas.


Los arqueólogos dividen la historia de Troya en diferentes periodos. La primera Troya era una ciudadela fortificada a la que se trasladaban los agricultores vecinos en tiempos de peligro. 
La segunda Troya construida sobre la primera y llamada Troya II por los arqueólogos, fue una ciudad mayor y más rica, que comerciaba activamente con los micénicos de Grecia.
Esta ciudad terminó abruptamente debido a un fuego, lo que llevó a Schliemann a confundirla con la Troya de Homero.
Cada una de las siguientes tres ciudadelas fue mayor que la anterior.
Troya VI tuvo muchos habitantes nuevos y estaba muchísimo más influenciada por los micénicos que sus predecesoras.
Fue destruida por un terremoto en tomo al año 1300 a.C. La siguiente ciudad, llamada Troya VIIa, fue saqueada y quemada sobre 1250 a.C. aproximadamente. 
Los arqueólogos llegaron a esta fecha porque la cerámica encontrada en el yacimiento puede ser fechada con bastante exactitud.
La mayor parte de los historiadores creen que Troya VIIa fue la ciudad del rey Príamo que aparece en la historia de la Guerra de Troya. Su sucesora, Troya VIIb, no duró demasiado, pues fue abandonada en torno a 1100 a.C. y permaneció desocupada durante varios siglos.
Un nuevo capítulo de la historia de Troya comenzó con el siglo VII a.C., cuando los griegos de la cercana isla de Lemnos la volvieron a ocupar.
La ciudad se conoce a partir de entonces como Ilión y prosperó durante muchos años.
Finalmente, los romanos la saquearon en el año 85 a.C., construyendo a continuación Troya IX, la versión final de la ciudad, que fue abandonada aproximadamente en el año 400 d.C.


Guerra de Troya
La Guerra de Troya
Según Homero, la Guerra de Troya comenzó cuando París, hijo del rey Príamo de Troya, secuestró a Helena, la esposa de Menelao, rey de Esparta. 
Agamenón, el hermano de Menelao, navegó hasta Troya junto a un inmenso ejército trasportado por una flota de 1.000 barcos para llevar de regreso a Helena.
 Puso sitio a la ciudad durante diez años, pero no pudo conquistarla. Entonces. Odiseo, uno de los comandantes griegos, trazó un plan. 
Los griegos construyeron un caballo de madera gigantesco, lo colocaron ante los muros de Troya y luego se marcharon con sus barcos.
 Los troyanos creyeron que el caballo era una ofrenda sagrada y lo introdujeron en la ciudad.
 Pero el caballo de madera estaba en realidad repleto de guerreros griegos que salieron de él protegidos por la oscuridad de la noche y abrieron las puertas de la ciudad al resto del ejército, que había regresado en los barcos desde una isla cercana.
 Los griegos se llevaron a Helena, mataron al rey Príamo y a los troyanos, se apoderaron de sus mujeres y quemaron Troya hasta los cimientos.


LA GUERRA DE TROYA
La Guerra de Troya fue un conflicto bélico en el que una coalición de ejércitos aqueos ataca la ciudad de Troya. Según la interpretación de Herodoto a los poemas épicos de la Ilíada y la Odisea, esta lucha se desarrolló en los siglos XIII a. C. o siglo XII a. C., y su móvil fue la abierta enemistad entre persas y griegos. Es necesario mencionar que la existencia de esta legendaria guerra es relatada por Homero en los poemas épicos mencionados anteriormente. 
En este sentido, muchos han dudado de la veracidad de aquel suceso y lo han relacionado a la gran imaginación de Homero, catalogándolo como mitológico.
Lo cierto es que, los episodios relatados en dichos poemas, fueron desarrollados por los poetas posthoméricos, que los comenzaron a relacionar con otras tradiciones populares, realizando una reinterpretación de la narración. Además, agregándoles detalles de su propia inventiva.


Homero nos indica que Helena, esposa de Menelao, fue raptada por Paris, príncipe de Troya. Ante esto, Menelao y Agamenón visitaron a los jefes griegos para incitarlos a participar en una expedición que aquéllos preparaban con el fin de recuperar a Helena y vengar la ofensa. Agamenón fue comandante en jefe; tuvo bajo su responsabilidad héroes griegos como, su hermano Menelao, Aquiles y Patroclo, los dos Ayax, Teucro, Néstor y su hijo Antíloco, mises, Diomedes, Idomeneo y Filoctetes. 
Dichos héroes fueron acompañados por una cantidad de 100.000 hombres pertenecientes a las huestes griegas, concentrados en el puerto de Aulis.
Cuenta la tradición que en ese lugar sucedió un acontecimiento asombroso, que fue interpretado por Calcas, el adivino de la expedición, como un mensaje que significaba que la guerra duraría diez años y que terminaría con la destrucción de Troya.
Otro de los mensajes se dio por medio del oráculo del dios de Delfos, según el cual Troya caería luego de que los valientes griegos lucharan entre sí. 
Mises y Menelao arrimaron como embajadores a la corte de Príamo, para exigir la liberación de Helena, no sin antes, dejar el terreno listo, al instalar el campamento entre la costa y las murallas de la ciudad.


La solicitud fue negada, debido a ello, la guerra quedó declarada
La situación era la siguiente: los troyanos contaban con una cantidad de hombres irrisoria en comparación con sus enemigos. 
A pesar que los primeros contaban con los poderosos aliados, tales como Eneas, Sarpedón y Glauco, preferían no tener una confrontación abierta con dichas tropas por el temor al invencible Aquiles.
 Él tomó el mando de la situación.
Decidió limitar su acción a emboscadas y asaltos en vecindades, debido a que Troya se encontraba bien defendida y fortificada, además, llevó a cabo expediciones por tierra y mar para dotarse de provisiones y víveres y asegurarse que Troya no recibiera ningún material del exterior. 
También se dedicaron al pillaje, en una de estas acciones, fue capturada por Agamenón la hija del sacerdote de Apolo, Crises, para convertirla en esclava. Furiosamente, Apolo amenazó con destruir a los griegos si no liberaban a la joven Criseida.


En una asamblea de los griegos, convocados por Aquiles, Calcas sugiere que se debe entregar a Criseida, Agamenón debió aceptar, pero, a modo de compensación, quita a Aquiles, su esclava favorita, Briseida. 
Aquiles, ofendido, se retira airado, desde ese momento decidió retirarse de la guerra y pactar con los dioses para que Agamenón fuera derrotado. Listos para la confrontación, las dos huestes concretan que el conflicto por Helena y por los tesoros saqueados, sea definido en un duelo entre Paris y Menelao. 
Concluido el duelo, Paris debe ser salvada de la muerte por Venus.
Agamenón procede a exigir el cumplimiento del pacto, pero el troyano Pandareo rompe el armisticio y dispara una flecha contra Menelao. 
Con lo que dio comienzo al primer encuentro contundente de la guerra. Este suceso es mágicamente relatado por Homero en la Ilíada. 
En esta feroz batalla Paris decide esconderse, posteriormente, su hermano Héctor lo exhorta a actuar con valentía, asistiendo al campo de batalla. Se pacta nuevamente una lucha esta vez entre Héctor y Ayax, hijo de Telemón.
 La lucha llevaba varios días y no había ningún vencedor, los griegos agotados optan por pedir ayuda a Aquiles.
Aquiles se niega, pero su mejor amiga Patroclo decide tomar la armadura de Aquiles y luchar en su lugar. 
Lamentablemente, Héctor lo asesina fulminantemente. Ahora bien, enterado de la situación Aquiles sale a luchar ferozmente. Finalmente, inicia una confrontación cuerpo a cuerpo con Héctor; luego, de una habilidosa pelea, Aquiles se impone sobre Héctor. Sorpresivamente, Paris con un flechazo le da muerte a Aquiles.


Los griegos se hallaban devastados. Y pensaron como conseguir escapar de tal asedio. Por consejo de Minerva, Epeio, construyó un gigantesco caballo de madera hueca, ocultando en su interior los mejores guerreros griegos; mientras el resto de los guerreros embarcan y parten en sus barcos, para anclar detrás de Tenedos. 
Los troyanos se convencen de la retirada de los griegos, los troyanos encuentran el caballo de madera, dudando qué hacer con él. Ulises explicó que el caballo había sido erigido como expiación por el robo del Palladium; y su destrucción sería fatal para Troya.
Mientras los troyanos festejan su victoria, Sinón abre el vientre del caballo. Los héroes salen de su interior y prenden las hogueras, atacan con sus flechas, saquean el lugar y asesinan a diestra y siniestra.
 Los habitantes sobrevivientes fueron puestos en esclavitud. De la casa real solo sobrevivieron Helena, Casandra y Andrómaca, viuda ésta de Héctor, además de Eneas. Troya quedó sumida en las escombras y las cenizas.


La leyenda de Troya en todos sus aspectos y variantes, sus protagonistas, sus argumentos y temas constituyen sin duda uno de los pilares más antiguos de la cultura occidental, con ramificaciones que se extienden en todos los campos de las artes y del pensamiento y a través de todos los siglos, desde la Antigüedad hasta nuestros días.
Pocos han sido los artistas que no se han inspirado en algún momento de sus carreras en los mitos relacionados con la saga troyana.
Escritores, pintores, escultores, dramaturgos, músicos, y, más recientemente, cineastas y dibujantes de cómic, han bebido de esta tradición y la han plasmado en sus propias obras, siendo fieles al mito original o transformándolo según su criterio y su conveniencia. 
Muchos artistas han conseguido traer hasta nuestros días los mitos troyanos, convirtiendo a las cautivas de Ilión en víctimas de las guerras modernas, o llevando el amor de Aquiles y Patroclo hasta los cánones del siglo XXI. 
Esta capacidad de la leyenda troyana para adaptarse a los nuevos tiempos y seguir estando de completa actualidad es una de las características que convierten la saga de la guerra de Troya en un clásico inmortal al que los seres humanos han regresado y regresarán a lo largo de los milenios.


Sin embargo, tal proliferación de aportes individuales a una saga que tiene ya más de tres mil años de antigüedad, hace que acercarse a ella resulte confuso y complejo.
Cualquiera que se adentra en las procelosas aguas de la saga troyana descubre de inmediato que existen datos contradictorios, incongruencias, hechos que aparecen en unos autores y en otros no.
Era Aquiles realmente inmortal Fue perdonada Helena por Menelao después del conflicto Qué tipo de relación existió entre Aquiles y Patroclo Estas preguntas encuentran respuestas diversas dependiendo del autor al que acudamos. 
Algo perfectamente lógico si tenemos en cuenta lo ya dicho: cada autor que se ha acercado a la guerra de Troya la ha hecho suya y ha añadido, modificado o eliminado los elementos que le han convenido.
Algunos autores han tenido éxito y sus cambios han pasado a formar parte del canon de la saga troyana. Otros han tenido menos suerte y han quedado como meras curiosidades.


El primer paso que todo amante de la Cultura Clásica debe dar si desea familiarizarse con la saga troyana es conocer las fuentes literarias antiguas de las que podemos beber para conocer esta leyenda.
 Cuál es el autor más antiguo que habla de la guerra de Troya Algún autor habla de la totalidad del conflicto, desde su origen más remoto hasta su desenlace Qué autores son más fiables Estas son las preguntas que trataremos de abordar, de forma breve y concisa, en este artículo.
No entraremos aquí en la cuestión de si la guerra de Troya fue un acontecimiento histórico o es un hecho totalmente inventado por los poetas de la época oscura de Grecia.
 Existiera o no un conflicto entre las comunidades griegas y una ciudad en la costa de la actual Turquía, la leyenda de Troya tiene y tendrá la misma fuerza y el mismo valor cultural. 
Para disfrutar de las andanzas de Aquiles, Menelao y Héctor no necesitamos saber si estos héroes fueron reales por completo, en parte o totalmente ficticios.
 Troya y sus personajes existen en nuestra imaginación colectiva como seres humanos, y lleva existiendo más de tres milenios. Y con eso nos basta.


TROYA
Busto del poeta HomeroLa fuente más antigua de la leyenda de la guerra de Troya la tenemos en la propia Ilíada, sea o no una composición unitaria de un poeta llamado Homero por la tradición o un conjunto de cantos épicos orales recogidos y sistematizados en época más tardía. Para la gran mayoría de investigadores, la Ilíada, tal y como la conocemos hoy, es el resultado de un largo proceso de composición que arrancó como diversos poemas épicos transmitidos de forma oral por los aedos de época oscura y que pudo ser puesto por escrito por primera vez en algún momento de comienzos de época arcaica por un poeta al que la tradición ha llamado Homero.
 Posteriormente, esta versión escrita fue quedando fijada, aunque se hicieron algunos cambios y añadidos, como ocurrió en la Atenas de Pisístrato, para quedar fijado con seguridad el texto que ahora conocemos en época helenística, momento en el que los filólogos de la Biblioteca de Alejandría crearon la versión definitiva.
Pese a ser el testimonio más antiguo del que disponemos, la Ilíada únicamente nos habla de un momento concreto de todo el ciclo: el décimo año de la guerra, con la cólera de Aquiles y las muertes de Patroclo y Héctor. 
Es decir, la Ilíada no nos cuenta toda la guerra de Troya, sino únicamente una parte de la misma. No cabe duda sin embargo, por noticias del propio texto y por otras fuentes iconográficas, que el resto de la historia de la guerra estaba ya fijado en la imaginación colectiva de los griegos.
 Cuando Homero puso el poema por escrito, sabía perfectamente cómo comenzaba la guerra y cómo terminaba, y tenía muy claros episodios que no aparecen en el poema, como el célebre uso del caballo de madera para la conquista definitiva de la ciudad. 
Seguramente existieron otros poemas, tan antiguos como la propia Ilíada o más incluso, que narraban estos acontecimientos, pero dichos poemas o no fueron puestos nunca por escrito, o, si lo fueron, se han perdido y han sobrevivido sólo de forma fragmentaria.


La Odisea, se trate o no de una obra del mismo autor que la Ilíada y sea o no posterior a esta, fue uno de estos poemas que tuvo más fortuna.
 En concreto, existieron poemas independientes que narraban el regreso a sus patrias de los héroes que habían combatido en Troya. 
La Odisea es el relato de los regresos, llamados nostoi en griego, que más éxito y fortuna literaria tuvo. 
En este poema, junto al tema principal del regreso de Odiseo a Ítaca, encontramos pinceladas sobre algunos momentos del desarrollo y el final de la guerra.
 Un ejemplo de esto es el informe de Menelao y Helena al joven Telémaco cuando éste acude a la corte de Esparta en busca de noticias de su padre.
Posteriores a la obra de Homero son todos los poemas recogidos en el ciclo épico, de los cuales hemos conservado muy escasos fragmentos. 
Los Cantos Ciprios de Estásimo, del s. VII a.C., narran toda la leyenda prehomérica: el nacimiento de Helena, las bodas de Tetis y Peleo… La Etiopide de Actino de Mileto contaría las últimas hazañas de Aquiles, tras la muerte de Patroclo y antes de la suya propia.
 En la Pequeña Ilíada quedarían fijados los detalles de la historia del caballo de madera, mientras la Iliupersis narraría la caída de Troya propiamente dicha y el reparto de los prisioneros entre los caudillos griegos victoriosos. 
La Telegonía de Eugamón sería cronológicamente el último episodio de la saga, con el viaje de Telégono, hijo de Ulises y Circe, en busca de su padre y la muerte de éste en sus manos cumpliendo un oráculo.
 Por desgracia, la mayor parte de estos poemas los conocemos sólo por escasos fragmentos o por referencias de otros autores más tardíos.


Los líricos griegos arcaicos y clásicos, aunque no abordaron el tema de la guerra de Troya de forma sistemática, utilizan frecuentemente argumentos y personajes del ciclo troyano a modo de exempla en sus propias composiciones, encontrándose estos elementos en Estesícoro, Safo, Alceo, Íbico o Píndaro. 
La leyenda troyana fue muy querida por los poetas desde época arcaica, algo que no ha desaparecido hasta nuestros días.
En la obra de los historiadores atenienses del siglo V a.C. podemos ver los primeros intentos de racionalización de los acontecimientos en Troya, aunque sin llegar a dudar nunca de su historicidad.
 Ya en esta época se comenzaba a poner en tela de juicio la participación de los dioses en los acontecimientos narrados, y se intentaba dar una explicación racional a los versos de Homero y otros poetas.
En Heródoto, un autor que por lo demás no es especialmente crítico y recoge todos los datos sin distinción, encontramos los primeros intentos de explicar fenómenos sobrenaturales del ciclo según nuevos patrones de pensamiento racional.
 Este hecho queda mucho más patente en la obra de Tucídides, el primer escritor que entendió la Historia como un ejercicio de crítica y reconstrucción objetiva de los acontecimientos.


Sin duda fueron los tragediógrafos atenienses del siglo V a.C. los que colaboraron en gran medida a fijar con sus obras determinados argumentos y versiones y a consolidarlos en la mente colectiva de los griegos. 
El tema troyano fue utilizado por todos ellos con gran abundancia para construir sus tragedias. Esquilo, Sófocles, Eurípides y el resto de autores menores encontraron en la saga troyana una gran cantidad de material y personajes con los que jugar para construir sus dramas y reflexionar acerca de la naturaleza humana.
 Esquilo escribe toda una trilogía sobre Orestes Agamenón, Coéforos y Euménides, así como otras obras que no han llegado hasta nosotros; de Sófocles conservamos Ayax, Electra y Filoctetes, y sabemos de la existencia de las no conservadas Eurípilo y Polixena; es de Eurípides del que más muestras de tragedias troyanas tenemos: Ifigenia en Áulide, Andrómaca, Hécuba, Las Troyanas, Electra, Helena, Orestes y Reso. Junto con los versos de Homero, los dramaturgos atenienses del siglo V a.C. fueron los que llevaron la saga troyana a sus más altas cotas de calidad literaria y artística. 
Pocas obras han tenido tanta influencia en el pensamiento y el arte posteriores como lo hicieron estas tragedias.


La filosofía hizo uso también de la leyenda de Troya en manos de sus principales autores y obras. En el siglo V a.C., Gorgias escribió El Elogio de Helena y la Defensa de Palamedes, como puros ejercicios retóricos en los que trataba de reivindicar dos figuras muy mal paradas en la tradición homérica.
 Esta corriente de utilizar personajes del ciclo troyano para argumentar composiciones retóricas que trataban de rivalizar con Homero y la tradición fijada pervive en el mundo griego hasta la dominación romana en la llamada segunda sofística: Ptolomeo de Queno escribió una obra perdida, el Antihomero. 
Filóstrato un diálogo, el Heroico. Luciano de Samósata, en los Diálogos de los Muertos, vuelve a reflexionar sobre la figura de Helena y sus responsabilidades en la guerra. 
La costumbre de emplear argumentos sacados de la saga troyana como ejercicios de composición retórica fue adoptada en época romana y se convirtió en una pieza clave de la formación de las élites intelectuales y políticas. 
Los jóvenes de todo el Imperio se ejercitaban junto a sus maestros componiendo discursos en los que fingían ser Palamedes defendiéndose de Odiseo, Helena probando su inocencia o Áyax reclamando las armas de Aquiles. 
De este modo, los jóvenes se convertían en hábiles oradores, capaces de defender todo tipo de argumentos durante su carrera como abogados o magistrados.


Los poetas helenísticos utilizaron en sus obras los personajes troyanos, siguiendo la línea de los líricos arcaicos y clásicos, y en muchas ocasiones con abierta vocación de discrepar con Homero y dar su propia versión de los acontecimientos. 
Así lo hicieron Teócrito en el Encomio de Helena o Dión Crisóstomo en el Troico, donde llegaba a plantear una versión alternativa en la que Troya no habría caído en manos griegas, sino que habría resistido y vencido la guerra.
 Una vez más estamos ante ejercicios de retórica con los que los poetas trataban de demostrar su habilidad componiendo versos hermosos que al mismo tiempo resultaran convincentes al lector.
Ya en el Bajo Imperio, Quinto de Esmirna escribió sus Posthoméricas, una obra en catorce libros donde se narran los episodios posteriores a la muerte de Héctor, siendo el testimonio más completo, aunque tardío, conservado de estos hechos.
 Quinto de Esmirna conocía bien toda la tradición literaria anterior a él, obras que en su mayor parte se han perdido para nosotros pero que este poeta supo sintetizar y utilizar en su obra. Gracias a este autor tenemos un relato continuado de lo ocurrido desde el final de la Ilíada hasta el comienzo de la Odisea. 
Siguiendo esta misma línea, aunque sin alcanzar las cotas de calidad de Quinto de Esmirna, tenemos las obras de Trifiodoro de Panópolis Toma de Troya o Coluto El rapto de Helena.



El mundo bizantino fue el verdadero depositario de la tradición homérica directa, ya que los poemas se perdieron durante siglos en Occidente. 
En el medioevo oriental encontramos autores que desarrollan la tradición como Malalas Cronografía, Cedreno Crónica y Juan Tzetzes Poemas Ilíacos, aunque ninguno de ellos llegó a aportar mucho al ciclo troyano. 
Su principal valor fue el de mantener viva la llama de la saga homérica en un tiempo en el que en Occidente todo conocimiento de la lengua griega se había perdido y los recuerdos de la Guerra de Troya se desvirtuaban, mezclándose con novelas de caballería y alegorías cristianas.


Desde prácticamente sus mismos orígenes, el mundo romano se vio inmerso dentro de la tradición cultural griega. Esto se debió a la notable influencia que sobre el mundo latino ejerció tanto la civilización etrusca, muy helenizada ella misma, como las propias comunidades griegas del sur de Italia y la Campania. 
En el momento en el que los romanos salieron de los estrechos confines del valle del Tíber, comenzaron a beber de una tradición literaria y cultural griega que tenía ya varios siglos de antigüedad y había acumulado un enorme prestigio en todo el Mediterráneo. 
La literatura latina se hizo eco por tanto desde sus orígenes de la leyenda troyana, ya que ésta era uno de los principales pilares de la tradición cultural griega. La épica fue el primer género que recogió la tradición en obras como el Carmen Priami, la Odusia de Livio Andronico, el Bellum Punicum de Nevio y los Annales de Ennio. Para todos estos autores, Homero era el gran referente, y su objetivo fue crear en lengua latina una tradición que trataba de emular a la ya consolidada en lengua griega.
El teatro latino, siguiendo la tradición ateniense, también hizo uso de la leyenda troyana y así lo constatamos en los escasos fragmentos y noticias conservados de Pacuvio y Accio. 
También la comedia de Plauto refleja un profundo conocimiento del ciclo troyano, aunque, como es natural, su temática se adecuaba menos a los tópicos homéricos y recurre a ellos de una manera indirecta. 
Los romanos, de gustos menos elevados que los griegos, siempre prefirieron los argumentos sencillos, y en ocasiones burdos, de la comedia, que las elevadas reflexiones de la tragedia griega, por lo que la saga troyana se prodigó poco en los escenarios de Roma a los que acudía la plebe.


La poesía de los neotéricos, poetas que escribieron su obra en el siglo I a.C. siguiendo la moda de los reinos helenísticos, también recogió tradición troyana, como queda constatado en la obra de Catulo: en el poema 64, aunque se habla de Tetis y Peleo, hace referencia a la profecía sobre la muerte de Aquiles; el poema 68 habla de la muerte de su hermano en Asia Menor, y recurre a la leyenda troyana para mitificar y describir el paisaje.
Rostro de Eneas imaginado por el escultor BerniniSin duda el gran continuador de Homero en la construcción de la leyenda troyana y la fijación de determinados episodios en la tradición fue Virgilio, uno de los mejores poetas de todos los tiempos.
 Dentro del programa cultural iniciado por Augusto para dotar a Roma de una gloria artística de la que había carecido hasta el momento, a Virgilio se le encargó la composición de un gran poema épico que, al modo de Homero, glosara las hazañas de los héroes romanos. A finales del siglo I a.C. ya estaba consolidada la idea entre los romanos de que su pueblo descendía de los últimos supervivientes de la caída de Troya.
 No sabemos cuál fue el origen de esta identificación, pero es evidente que los romanos la utilizaron para justificar su conquista de Grecia y Oriente.
 Según este nuevo mito, los romanos serían los descendientes del héroe Eneas y sus compañeros troyanos, por lo que su conquista de Oriente no sería la llegada de un extranjero imperialista sino el regreso a su hogar de un pueblo que había sido expulsado de su tierra. De este modo, Roma se entroncaba directamente con la prestigiosa leyenda troyana y se permitía mirar de igual a igual a los pueblos griegos que se decían descendientes de los héroes aqueos.


El argumento de la Eneida entronca directamente con el final de la guerra y la destrucción de Troya y aunque cronológicamente se sitúa con posterioridad a estos acontecimientos, hay continuas referencias al pasado y al destino de muchos de los protagonistas de la epopeya homérica. Citando muy brevemente: en el Libro I encontramos la écfrasis del friso del templo de Cartago que narra algunos episodios de la contienda; en el Libro II se pone en boca de Eneas el relato del caballo y la destrucción de la ciudad. El éxito de Virgilio fue tal que las obras posteriores quedarán altamente condicionadas por su versión de los hechos, quedando éstos dentro de la versión canónica para los siglos venideros.
La lírica de época de Augusto también se hace eco de la tradición homérica, como es el caso de Horacio y, especialmente, de Ovidio en sus Heroidas, donde los protagonistas de la guerra, masculinos y femeninos, cobran enorme importancia. También en sus Metamorfosis Ovidio narra numerosos episodios de la saga troyana, como el juicio de las armas o el sacrificio de Polixena. La mayor parte de los autores medievales que conocieron las historias de la guerra de Troya, lo hicieron gracias a la versión de Ovidio, que nunca dejó de leerse a diferencia de otros muchos autores.


Tito Livio, el gran historiador de época de Augusto, sigue una tradición que ya está presente en los primeros analistas y en Salustio y entronca los orígenes de Roma con la guerra de Troya a través de Eneas, tema que que desarrolló Virgilio en su Eneida, y de sus descendientes hasta llegar a Rómulo y Remo. A pesar de que Livio pone en duda algunos mitos, como el de la loba que amamantó a los gemelos, en ningún momento llega a plantearse la veracidad de la leyenda que hacía a los romanos descendientes de Eneas.
La llamada Ilíada Latina es una visión de la obra de Homero, muy tamizada por la Eneida y la influencia de Virgilio. De hecho, llega hasta el punto de que algunos pasajes homéricos se reinterpretan en esta clave, como es el caso evidente de la Dolonía de Ulises y Diomedes, redactada según el episodio virgiliano de Niso y Euríalo. La Ilíada Latina es una obra de autor anónimo y de muy difícil datación, dos dificultades que hasta la fecha ningún investigador ha sido capaz de solventar por completo.


Los autores de la Edad de Plata también recogieron el testigo de la tradición homérica: Petronio recoge un poema sobre la caída de Troya en el Satiricón; Séneca escribe, a la manera de Eurípides, dos tragedias de tema troyano, Las Troyanas y Hécuba; Lucano, en su Farsalia, hace un recuerdo de la contienda con motivo del episodio de César en las ruinas de la ciudad. Estacio creó su Aquileida con un tema propiamente homérico, aunque desconocemos si llegaba a narrar episodios de la guerra o se limitaba a la juventud y formación de Aquiles, que es la parte que se ha conservado. También su Tebaida tiene fuertes influencias de la obra homérica, aunque se centra en una saga distinta.



Durante el Bajo Imperio se continuó cultivando la leyenda troyana: Ausonio escribe los Epitafios de los héroes en la guerra de Troya, Draconcio su De raptu Helenae y ya en el siglo VI d.C. encontramos el Excidium Troiae, de autor anónimo. Pero sin duda fueron las obras de Dictis y Dares, de valor literario desigual y fuerte vocación de separarse de la versión homérica en muchos aspectos, las llamadas a conservar la tradición troyana durante la Edad Media de Occidente al perderse aquí durante siglos los textos de Homero. Las narraciones de Dictis y Dares, a las que hasta el momento no se ha conseguido datar de forma segura, fingen ser las memorias de dos soldados que combatieron en bandos opuestos durante la guerra de Troya. En estas dos obras encontramos una narración continuada de los hechos, pero ya muy contaminada por otras fuentes y alejada en muchos sentidos de los originales griegos.


La Historia de la Guerra de  Troya



viernes, 17 de abril de 2020

La Vida y Obra de Leonardo da Vinci




La Vida y Obra de Leonardo da Vinci

Leonardo da Vinci 1452-1519
Hombre humanista del Renacimiento, Leonardo da Vinci ejercerá de pintor, escultor, ingeniero, músico, geómetra, teórico…un visionario cuya realidad no será marco adecuado para el desarrollo completo de su capacidad, siendo quizá ese el motivo por el que su figura ha llegado a la actualidad envuelta en un halo de misterio.


A lo largo de su vida, como se ha señalado ya, su interés se centrará en materias diversas, pero será a la pintura a la que dedique sus mayores esfuerzos.
 A pesar de que su obra se puede considerar perteneciente a comienzos del Cinquecento, el espíritu de Leonardo es atemporal, no existiendo límites capaces de encorsetar la definición de su arte.


Sin embargo, sí es posible establecer algunas aportaciones de Leonardo da Vinci al mundo de la pintura concretadas en el valor otorgado a paisajes y atmósferas que se constituyen en un elemento más de importancia a añadir al conjunto de la obra, la creación de la técnica del esfumato, la simetría clásica de sus composiciones, encuadradas geométricamente, además de un amor por el detalle y la veracidad responsables de la enorme importancia que concederá al conocimiento de la naturaleza y a la preparación previa a la ejecución de la pieza.


Biografía de Leonardo da Vinci

Cerca de Florencia, en la villa toscana de Vinci, nacerá Leonardo en el año de 1452, fruto ilegítimo del romance del notario Piero y la campesina Catalina. 
A pesar de esta circunstancia, se deduce de las biografías leonardescas que el tratamiento que le fue otorgado no debió diferir en gran medida del conferido a sus hermanos concebidos dentro del matrimonio.
De hecho, Leonardo permanecerá en Florencia en la casa paterna hasta que ingrese como aprendiz en el taller del pintor Andrea del Verrocchio. 
De esta manera, y ayudado por su padre, encaminará sus pasos hacia el mundo del arte, especialmente de la pintura aunque nunca dejarán de interesarle otras artes.


Estos años de aprendizaje resultarán decisivos para Leonardo, no sólo en lo que a su formación artística respecta sino también, al parecer, en cuanto al modelado de su personalidad.
 Es posible encontrarle en casa de Verrocchio hacia 1470 e inscrito como pintor tan sólo dos años más tarde, recibiendo en fecha de 1478 su primer encargo: una tabla para el Palazzo Publico que finalizará Filippino Lippi.
 Por estas mismas fechas, y según cuentan palabras del propio Leonardo recogidas en sus escritos, habría comenzado a trabajar en una serie de madonnas, además de en una inacabada Adoración de los Magos 1481 para un altar de San Donato di Scopeto.



En 1486 se traslada a Milán, puede que "obligado" debido a un deterioro en la relación con los Médici Leonardo habría sido admitido en el círculo de la familia y frecuentaría el jardín escuela de San Marcos, ciudad donde permanecerá hasta el año de 1499.
Milán en aquellos años estaba bajo el gobierno de Ludovico Sforza, el cual trataba de convertir la ciudad en otra capital de la cultura similar a la florentina.
Lorenzo de Médici enviará a Leonardo en misión oficial a Milán, decidiendo éste que podría ser un buen sitio para desarrollar su arte, consiguiendo entrar en un breve espacio de tiempo al servicio del duque.
A este periodo pertenece su famoso cuadro Virgen de las rocas 1483; existiría una segunda versión de fecha de 1506, encargado en un principio para la iglesia de San Francisco de Milán los contratantes decidieron finalmente no pagar el trabajo y Leonardo se quedó con la obra, así como su celebérrimo fresco La última cena, realizado para el refectorio del convento de Santa María de las Gracias 1495-1497.


La caída de Ludovico Sforza del poder propiciará la vuelta de Leonardo a Florencia, donde trabajará en la decoración de la Gran Sala del Consejo del Palacio del Gobierno de la ciudad fresco que acabó desmoronándose después de su realización debido a un experimento fallido de Leonardo, así como en algunos retratos de miembros de la sociedad del momento.
 Y será precisamente un retrato realizado en esta época 1505 el que le dará fama internacional, la Gioconda o Mona Lisa, cuya identidad correspondería, según la explicación dada en su momento por Vasari, a una dama conocida como Lisa del Giocondo, aunque esto no es seguro.
A partir del año de 1515 Leonardo da Vinci traslada su residencia a Roma, entrando a formar parte de la plantilla de artistas al servicio del Papa, en este caso del recién nombrado León X. En Roma el artista, falto de trabajo, languidece y desespera, dedicándose a toda una serie de experimentos e investigaciones de carácter químico y anatómico, tomando por último la determinación de aceptar la invitación hecha por Francisco I y marcharse a Francia, país donde permanecerá hasta su muerte en 1519.


A pesar de la multitud de bocetos, análisis e investigaciones que Leonardo llevó a cabo en el terreno de la pintura, o quizá debido a este mismo hecho, lo cierto es que su producción en este campo no es excesiva a lo cual habría que añadir el número de cuadros de atribución dudosa. Pocas, pero con categoría de obras maestras de la historia del arte; así podrían definirse sus pinturas, de entre las que cabría señalar tres en concreto.
ancia que Leonardo concede al modelado, la composición y la luz escénica se puede apreciar en la Virgen de las Rocas, cuyos personajes aparecen envueltos por ese aire de misterio tan característico de la Gioconda.


 La gradación de la luz y el uso del difuminado posibilitan esa imprecisión en los contornos que alejan ya el estilo de la nitidez quattrocentista previa, esa atmósfera de neblina propia del esfumato, la técnica pictórica creada por Leonardo y que puede apreciarse en otras obras, como la ya mencionada Mona Lisa destacable es el contraste entre las zonas iluminadas y las oscuras, el empleo de un paisaje doble que influye en la percepción que el espectador obtiene de la figura, así como su enigmática sonrisa, susceptible de múltiples y diferentes visionados.
En lo que respecta a su famosa y deteriorada.
Última Cena, dicho fresco es destacable por el empleo de la iluminación y la composición que realiza, pero principalmente por la profundidad y diversidad de sentimientos y actitudes que Leonardo consigue registrar en cada uno de los personajes, conformando de esta manera una verdadera "galería psicológica".


Leonardo da Vinci

Considerado el paradigma del homo universalis, del sabio renacentista versado en todos los ámbitos del conocimiento humano, Leonardo da Vinci 1452-1519 incursionó en campos tan variados como la aerodinámica, la hidráulica, la anatomía, la botánica, la pintura, la escultura y la arquitectura, entre otros.
Sus investigaciones científicas fueron, en gran medida, olvidadas y minusvaloradas por sus contemporáneos; su producción pictórica, en cambio, fue de inmediato reconocida como la de un maestro capaz de materializar el ideal de belleza en obras de turbadora sugestión y delicada poesía.


En el plano artístico, Leonardo conforma, junto con Miguel Ángel y Rafael, la tríada de los grandes maestros del Cinquecento, y, pese a la parquedad de su obra, la historia de la pintura lo cuenta entre sus mayores genios.
 Por los demás, es posible que de la poderosa fascinación que suscitan sus obras maestras con La Gioconda a la cabeza proceda aquella otra fascinación en torno a su figura que no ha cesado de crecer con los siglos, alimentada por los múltiples enigmas que envuelven su biografía, algunos de ellos triviales, como la escritura de derecha a izquierda, y otros ciertamente inquietantes, como aquellas visionarias invenciones cinco siglos adelantadas a su tiempo.


Leonardo nació en 1452 en la villa toscana de Vinci, hijo natural de una campesina, Caterina que se casó poco después con un artesano de la región, y de Ser Piero, un rico notario florentino. Italia era entonces un mosaico de ciudades estado como Florencia, pequeñas repúblicas como Venecia y feudos bajo el poder de los príncipes o el papa. 
El Imperio romano de Oriente cayó en 1453 ante los turcos y apenas sobrevivía aún, muy reducido, el Sacro Imperio Romano Germánico; era una época violenta en la que, sin embargo, el esplendor de las cortes no tenía límites.


A pesar de que su padre se casaría cuatro veces, sólo tuvo hijos once en total, con los que Leonardo entablaría pleitos por la herencia paterna en sus dos últimos matrimonios, por lo que el pequeño Leonardo se crió como hijo único.
 Su enorme curiosidad se manifestó tempranamente: ya en la infancia dibujaba animales mitológicos de su propia invención, inspirados en una profunda observación del entorno natural en el que creció. Giorgio Vasari, su primer biógrafo, relata cómo el genio de Leonardo, siendo aún un niño, creó un escudo de Medusa con dragones que aterrorizó a su padre cuando se topó con él por sorpresa.


Consciente del talento de su hijo, su padre le permitió ingresar como aprendiz en el taller de Andrea del Verrocchio. A lo largo de los seis años que el gremio de pintores prescribía como instrucción antes de ser reconocido como artista libre, Leonardo aprendió pintura, escultura y técnicas y mecánicas de la creación artística.
El primer trabajo suyo del que se tiene certera noticia fue la construcción de la esfera de cobre proyectada por Brunelleschi para coronar la iglesia de Santa Maria dei Fiori. 
Junto al taller de Verrocchio, además, se encontraba el de Antonio Pollaiuolo, en donde Leonardo hizo sus primeros estudios de anatomía y, quizá, se inició también en el conocimiento del latín y el griego.
Joven agraciado y vigoroso, Leonardo había heredado la fuerza física de la estirpe de su padre; es muy probable que fuera el modelo para la cabeza de San Miguel en el cuadro de Verrocchio Tobías y el ángel, de finos y bellos rasgos. 
Por lo demás, su gran imaginación creativa y la temprana pericia de su pincel no tardaron en superar a las de su maestro.
 En el Bautismo de Cristo, por ejemplo, los inspirados ángeles pintados por Leonardo contrastan con la brusquedad del Bautista hecho por Verrocchio.


El joven discípulo utilizaba allí por vez primera una novedosa técnica recién llegada de los Países Bajos: la pintura al óleo, que permitía una mayor blandura en el trazo y una más profunda penetración en la tela.
 Además de los extraordinarios dibujos y de la participación virtuosa en otros cuadros de su maestro, sus grandes obras de este período son un San Jerónimo y el gran panel La adoración de los Magos ambos inconclusos, notables por el innovador dinamismo otorgado por la destreza en los contrastes de rasgos, en la composición geométrica de la escena y en el extraordinario manejo de la técnica del claroscuro.
Florencia era entonces una de las ciudades más ricas de Europa; las numerosas tejedurías y los talleres de manufacturas de sedas y brocados de oriente y de lanas de occidente la convertían en el gran centro comercial de la península itálica; allí los Medici habían establecido una corte cuyo esplendor debía no poco a los artistas con que contaba. 
Pero cuando el joven Leonardo comprobó que no conseguía de Lorenzo el Magnífico más que alabanzas a sus virtudes de buen cortesano, a sus treinta años decidió buscar un horizonte más prospero.


En 1482 se presentó ante el poderoso Ludovico Sforza, el hombre fuerte de Milán, en cuya corte se quedaría diecisiete años como «pictor et ingenierius ducalis». Aunque su ocupación principal era la de ingeniero militar, sus proyectos casi todos irrealizados abarcaron la hidráulica, la mecánica con innovadores sistemas de palancas para multiplicar la fuerza humana y la arquitectura, además de la pintura y la escultura. 
Fue su período de pleno desarrollo; siguiendo las bases matemáticas fijadas por Leon Battista Alberti y Piero della Francesca, Leonardo comenzó sus apuntes para la formulación de una ciencia de la pintura, al tiempo que se ejercitaba en la ejecución y fabricación de laúdes.
Estimulado por la dramática peste que asoló Milán y cuya causa veía Leonardo en el hacinamiento y suciedad de la ciudad, proyectó espaciosas villas, hizo planos para canalizaciones de ríos e ingeniosos sistemas de defensa ante la artillería enemiga. 
Habiendo recibido de Ludovico el encargo de crear una monumental estatua ecuestre en honor de Francesco, el fundador de la dinastía Sforza, Leonardo trabajó durante dieciséis años en el proyecto del «gran caballo», que no se concretaría más que en un modelo en barro, destruido poco después durante una batalla.


Resultó sobre todo fecunda su amistad con el matemático Luca Pacioli, fraile franciscano que hacia 1496 concluyó su tratado De la divina proporción, ilustrado por Leonardo.
 Ponderando la vista como el instrumento de conocimiento más certero con que cuenta el ser humano, Leonardo sostuvo que a través de una atenta observación debían reconocerse los objetos en su forma y estructura para describirlos en la pintura de la manera más exacta. 
De este modo el dibujo se convertía en el instrumento fundamental de su método didáctico, al punto que podía decirse que en sus apuntes el texto estaba para explicar el dibujo, y no al revés, razón por la que Leonardo da Vinci ha sido reconocido como el creador de la moderna ilustración científica.
El ideal del saper vedere guió todos sus estudios, que en la década de 1490 comenzaron a perfilarse como una serie de tratados inconclusos que serían luego recopilados en el Codex Atlanticus, así llamado por su gran tamaño.


 Incluye trabajos sobre pintura, arquitectura, mecánica, anatomía, geografía, botánica, hidráulica y aerodinámica, fundiendo arte y ciencia en una cosmología individual que da, además, una vía de salida para un debate estético que se encontraba anclado en un más bien estéril neoplatonismo.
Aunque no parece que Leonardo se preocupara demasiado por formar su propia escuela, en su taller milanés se creó poco a poco un grupo de fieles aprendices y alumnos: Giovanni Boltraffio, Ambrogio de Predis, Andrea Solari y su inseparable Salai, entre otros; los estudiosos no se han puesto de acuerdo aún acerca de la exacta atribución de algunas obras de este período, tales como la Madona Litta o el retrato de Lucrezia Crivelli.


Contratado en 1483 por la hermandad de la Inmaculada Concepción para realizar una pintura para la iglesia de San Francisco, Leonardo emprendió la realización de lo que sería la celebérrima Virgen de las Rocas, cuyo resultado final, en dos versiones, no estaría listo a los ocho meses que marcaba el contrato, sino veinte años más tarde.
 En ambas versiones la estructura triangular de la composición, la gracia de las figuras y el brillante uso del famoso sfumato para realzar el sentido visionario de la escena supusieron una revolución estética para sus contemporáneos.
A este mismo período pertenecen el retrato de Ginevra de Benci 1475-1478, con su innovadora relación de proximidad y distancia, y la belleza expresiva de La belle Ferronnière. 
Pero hacia 1498 Leonardo finalizaba una pintura mural, en principio un encargo modesto para el refectorio del convento dominico de Santa Maria dalle Grazie, que se convertiría en su definitiva consagración pictórica: La Última Cena.


 Necesitamos hoy un esfuerzo para comprender su esplendor original, ya que se deterioró rápidamente y fue mal restaurada muchas veces.
 La genial captación plástica del dramático momento en que Jesucristo dice a los apóstoles «uno de vosotros me traicionará» otorga a la escena una unidad psicológica y una dinámica aprehensión del momento fugaz de sorpresa de los comensales del que sólo Judas queda excluido. El mural se convirtió no sólo en un celebrado icono cristiano, sino también en un objeto de peregrinación para artistas de todo el continente


A finales de 1499 los franceses entraron en Milán; Ludovico el Moro perdió el poder. Leonardo abandonó la ciudad acompañado de Pacioli y, tras una breve estancia en Mantua, en casa de su admiradora la marquesa Isabel de Este, llegó a Venecia. 
Acosada por los turcos, que ya dominaban la costa dálmata y amenazaban con tomar el Friuli, la Signoria de Venecia contrató a Leonardo como ingeniero militar.
En pocas semanas proyectó una cantidad de artefactos cuya realización concreta no se haría sino, en muchos casos, hasta los siglos XIX o XX: desde una suerte de submarino individual, con un tubo de cuero para tomar aire destinado a unos soldados que, armados con taladro, atacarían a las embarcaciones por debajo, hasta grandes piezas de artillería con proyectiles de acción retardada y barcos con doble pared para resistir las embestidas. 
Los costes desorbitados, la falta de tiempo y, quizá, las pretensiones de Leonardo en el reparto del botín, excesivas para los venecianos, hicieron que las geniales ideas no pasaran de bocetos. En abril de 1500, tras casi veinte años de ausencia, Leonardo da Vinci regresó a Florencia.



Dominaba entonces la ciudad César Borgia, hijo del papa Alejandro VI. Descrito por el propio Maquiavelo como «modelo insuperable» de intrigador político y déspota, este hombre ambicioso y temido se estaba preparando para lanzarse a la conquista de nuevos territorios. Leonardo, nuevamente como ingeniero militar, recorrió los territorios del norte, trazando mapas, calculando distancias precisas y proyectando puentes y nuevas armas de artillería.



 Pero poco después el condottiero cayó en desgracia: sus capitanes se sublevaron, su padre fue envenenado y él mismo cayó gravemente enfermo. 
En 1503 Leonardo volvió a Florencia, que por entonces se encontraba en guerra con Pisa, y concibió allí su genial proyecto de desviar el río Arno por detrás de la ciudad enemiga para cercarla, contemplando además la construcción de un canal como vía navegable que comunicase Florencia con el mar. El proyecto sólo se concretó en los extraordinarios mapas de su autor.


Pero Leonardo ya era reconocido como uno de los mayores maestros de Italia. En 1501 había trazado un boceto de su Santa Ana, la Virgen y el Niño, que trasladaría al lienzo a finales de la década. En 1503 recibió el encargo de pintar un gran mural el doble del tamaño de La Última Cena en el palacio Viejo: la nobleza florentina quería inmortalizar algunas escenas históricas de su gloria. 
Leonardo trabajó tres años en La batalla de Anghiari, que quedaría inconclusa y sería luego desprendida por su deterioro. Pese a la pérdida, circularon bocetos y copias que admirarían a Rafael e inspirarían, un siglo más tarde, una célebre reproducción de Peter Paul Rubens.
También sólo en copias sobrevivió otra gran obra de este periodo: Leda y el cisne. Sin embargo, la cumbre de esta etapa florentina y una de las pocas obras acabadas por Leonardo fue el retrato de Mona abreviatura de Madonna Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, razón por la que el cuadro es conocido como La Mona Lisa o La Gioconda.


 Obra famosa desde el momento de su creación, se convirtió en modelo de retrato y casi nadie escaparía a su influjo en el mundo de la pintura.
 Como cuadro y como personaje, la mítica Gioconda ha inspirado infinidad de libros y leyendas, y hasta una ópera; pero es poco lo que se conoce a ciencia cierta. Ni siquiera se sabe quién encargó el cuadro, que Leonardo llevaría consigo en su continua peregrinación vital hasta sus últimos años en Francia, donde lo vendió al rey Francisco I por cuatro mil piezas de oro.



Perfeccionando su propio hallazgo del sfumato, llevándolo a una concreción casi milagrosa, Leonardo logró plasmar un gesto entre lo fugaz y lo perenne: la «enigmática sonrisa» de la Gioconda es uno de los capítulos más admirados, comentados e imitados de la historia del arte, y su misterio sigue aún hoy fascinando. Existe la leyenda de que Leonardo promovía ese gesto en su modelo haciendo sonar laúdes mientras ella posaba; el cuadro, que ha atravesado no pocas vicisitudes, ha sido considerado como cumbre y resumen del talento y de la «ciencia pictórica» de su autor.
El interés de Leonardo por los estudios científicos era cada vez más intenso. Asistía a disecciones de cadáveres, sobre los que confeccionaba dibujos para describir la estructura y funcionamiento del cuerpo humano; al mismo tiempo hacía sistemáticas observaciones del vuelo de los pájaros sobre los que planeaba escribir un tratado, con la convicción de que también el hombre podría volar si llegaba a conocer las leyes de la resistencia del aire algunos apuntes de este período se han visto como claros precursores del moderno helicóptero.


Absorto por estas cavilaciones e inquietudes, Leonardo no dudó en abandonar Florencia cuando en 1506 Charles d'Amboise, gobernador francés de Milán, le ofreció el cargo de arquitecto y pintor de la corte; honrado y admirado por su nuevo patrón, Leonardo da Vinci proyectó para él un castillo y ejecutó bocetos para el oratorio de Santa Maria dalla Fontana, fundado por el mecenas. Su estadía milanesa sólo se interrumpió en el invierno de 1507, cuando colaboró en Florencia con el escultor Giovanni Francesco Rustici en la ejecución de los bronces del baptisterio de la ciudad.
Quizás excesivamente avejentado para los cincuenta años que contaba entonces, su rostro fue tomado por Rafael como modelo del sublime Platón para su obra La escuela de Atenas. Leonardo, en cambio, pintaba poco, dedicándose a recopilar sus escritos y a profundizar en sus estudios: con la idea de tener finalizado para 1510 su tratado de anatomía, trabajaba junto a Marcantonio della Torre, el más célebre anatomista de su tiempo, en la descripción de órganos y el estudio de la fisiología humana.


El ideal leonardesco de la «percepción cosmológica» se manifestaba en múltiples ramas: escribía sobre matemáticas, óptica, mecánica, geología, botánica; su búsqueda tendía hacia el encuentro de leyes, funciones y armonías compatibles para todas estas disciplinas, para la naturaleza como unidad. Paralelamente, a sus antiguos discípulos se sumaron algunos nuevos, entre ellos el joven noble Francesco Melzi, fiel amigo del maestro hasta su muerte. Junto a Ambrogio de Predis, Leonardo culminó hacia 1507 la segunda versión de La Virgen de las Rocas; poco antes, había dejado sin cumplir un encargo del rey de Francia para pintar dos madonnas.
El nuevo hombre fuerte de Milán era entonces Gian Giacomo Trivulzio, quien pretendía retomar para sí el monumental proyecto del «gran caballo», convirtiéndolo en una estatua funeraria para su propia tumba en la capilla de San Nazaro Magiore; pero tampoco esta vez el monumento ecuestre pasó de los bocetos, lo que supuso para Leonardo su segunda frustración como escultor. En 1513 una nueva situación de inestabilidad política lo empujó a abandonar Milán; junto a Melzi y Salai marchó a Roma, donde se albergó en el belvedere de Giuliano de Médicis, hermano del nuevo papa León X.



En el Vaticano vivió una etapa de tranquilidad, con un sueldo digno y sin grandes obligaciones: dibujó mapas, estudió antiguos monumentos romanos, proyectó una gran residencia para los Médicis en Florencia y, además, reanudó su estrecha amistad con el gran arquitecto Donato Bramante, hasta el fallecimiento de éste en 1514. Pero en 1516, muerto su protector Giuliano de Médicis, Leonardo dejó Italia definitivamente para pasar los tres últimos años de su vida en el palacio de Cloux como «primer pintor, arquitecto y mecánico del rey».
El gran respeto que le dispensó Francisco I de Francia hizo que Leonardo pasase esta última etapa de su vida más bien como un miembro de la nobleza que como un empleado de la casa real. Fatigado y concentrado en la redacción de sus últimas páginas para el nunca concluido Tratado de la pintura, cultivó más la teoría que la práctica, aunque todavía ejecutó extraordinarios dibujos sobre temas bíblicos y apocalípticos. Alcanzó a completar el ambiguo San Juan Bautista, un andrógino duende que desborda gracia, sensualidad y misterio; de hecho, sus discípulos lo imitarían poco después convirtiéndolo en un pagano Baco, que hoy puede verse en el Louvre de París.



A partir de 1517 su salud, hasta entonces inquebrantable, comenzó a desmejorar. Su brazo derecho quedó paralizado; pero, con su incansable mano izquierda, Leonardo aún hizo bocetos de proyectos urbanísticos, de drenajes de ríos y hasta decorados para las fiestas palaciegas. Convertida en una especie de museo, su casa de Amboise estaba repleta de los papeles y apuntes que contenían las ideas de este hombre excepcional, muchas de las cuales deberían esperar siglos para demostrar su factibilidad y aun su necesidad; llegó incluso, en esta época, a concebir la idea de hacer casas prefabricadas. Sólo por las tres telas que eligió para que lo acompañasen en su última etapa San Juan Bautista, La Gioconda y Santa Ana, la Virgen y el Niño puede decirse que Leonardo poseía entonces uno de los grandes tesoros de su tiempo.



El 2 de mayo de 1519 murió en Cloux; su testamento legaba a Melzi todos sus libros, manuscritos y dibujos, que el discípulo se encargó de retornar a Italia. Como suele suceder con los grandes genios, se han tejido en torno a su muerte algunas leyendas; una de ellas, inspirada por Vasari, pretende que Leonardo, arrepentido de no haber llevado una existencia regida por las leyes de la Iglesia, se confesó largamente y, con sus últimas fuerzas, se incorporó del lecho mortuorio para recibir, antes de expirar, los sacramentos.


La Vida y Obra de Leonardo da Vinci


El Mundo en que Vivimos: El Horóscopo de Mariela la Pitonisa

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